Incluso después de que Mariano Rajoy se bajara de la tribuna del Congreso, los socialistas insistían en que había sido un discurso "ambiguo y decepcionante" -en palabras de José Antonio Alonso-, exactamente lo mismo de lo que venían alertando desde hacía días. No en vano, traían emitido su veredicto de antemano.
Pocos argumentos más tenía a su favor el PSOE, porque el presidente electo calló las bocas de quienes habían emitido un juicio antes de tiempo, augurando que su discurso de investidura estaría lleno de generalidades e inconcreciones. Nada más lejos de la realidad. Rajoy fue mucho más allá de un diagnóstico de la situación actual -su punto de partida- y, ante un hemiciclo repleto de diputados y senadores, trazó una hoja de ruta llena de compromisos a corto y medio plazo.
Pocos argumentos más tenía a su favor el PSOE, porque el presidente electo calló las bocas de quienes habían emitido un juicio antes de tiempo, augurando que su discurso de investidura estaría lleno de generalidades e inconcreciones. Nada más lejos de la realidad. Rajoy fue mucho más allá de un diagnóstico de la situación actual -su punto de partida- y, ante un hemiciclo repleto de diputados y senadores, trazó una hoja de ruta llena de compromisos a corto y medio plazo.
Tan corto como que en los próximos tres meses prometió aprobar leyes de Estabilidad Presupuestaria; Transparencia, Buen Gobierno y Acceso a la Información Pública; y una que refuerce la independencia de los organismos reguladores. Además de un real decreto ley de medidas urgentes en materia económica y presupuestarias que irá en el Consejo de Ministros del 30 de diciembre, el segundo que presidirá. A mayores, en ese plazo presentará los Presupuestos Generales del Estado para 2011 y un proyecto de Reforma Laboral y llevará a cabo el proceso de renovación pendiente en el Tribunal Constitucional, el Tribunal de Cuentas, el Defensor del Pueblo y el Consejo de Administración de RTVE.
Cerca de 80 minutos duró su discurso, que José Luis Rodríguez Zapatero escuchó inmóvil desde su todavía escaño de presidente del Gobierno, sin papeles, sin tomar notas. En la fila de detrás, Alfredo Pérez Rubalcaba, José Antonio Alonso y Eduardo Madina, el trío sobre el que recaerá el peso de la oposición hasta el Congreso Federal de febrero, apuntaban y comentaban, haciendo gestos de desaprobación con la cabeza de cuando en cuando.
Rajoy llevaba ya casi media hora exponiendo sus planes cuando en la bancada popular se escucharon los primeros aplausos, al margen de aquellos con los que los diputados del PP saludaron a su líder para darle ánimos al ser llamado por Jesús Posada al estrado. Hasta ese minuto 30 en el que el presidente electo convocó a los españoles a "unir nuestras fuerzas" para "superar las dificultades" no había habido, en realidad, motivos para el aplauso.
Más bien al contrario. Rajoy empleó ese tiempo para exponer el escenario actual: el paro, las previsiones "nada halagüeñas" para 2012 que auguran una nueva recesión, el déficit del 6% del PIB con el que el actual Ejecutivo ha pronosticado que España cierre el año -cifra que "puede verse superada", advirtió- y los 16.500 millones de euros que habrá que recortar el año próximo para cumplir con la Unión Europea.
Un diagnóstico en el que, según él, no había "no había ninguna voluntad de mirar atrás ni de pedir a nadie responsabilidades, que ya han sido sustanciadas en las urnas", afirmó, dejando claro así que da por enterrada la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero, al que sin embargo mencionó nada más ponerse delante del micrófono para expresarle su "respeto y consideración".
Hubo un punto de inflexión
El punto de inflexión se produjo cuando Rajoy anunció que cumplirá uno de sus grandes compromisos electorales: descongelar las pensiones. Los socialistas creyeron ver el cielo abierto cuando, a renglón seguido, añadió que ése sería "el único compromiso que me van a escuchar en el día de hoy". Por un momento el principal partido de la oposición se frotó las manos, creyendo que les había servido en bandeja el argumento de la indeterminación. Pero, con una media sonrisa, el presidente electo matizó: "El único compromiso de aumento de gasto", haciendo énfasis en estas últimas tres palabras.
Desde la tribuna de invitados le escuchaba en primera fila su mujer, Elvira Fernández. Sentada a su derecha, María Dolores de Cospedal. A su izquierda, Esperanza Aguirre. El poder territorial del PP también estuvo representado por los presidentes de la Comunidad Valenciana, Aragón y Extremadura, Alberto Fabra, Luisa Fernanda Rudi y José Antonio Monago, respectivamente. Entre el público también pudo verse al presidente y el vicepresidente del Senado, Pío García Escudero y Juan José Lucas; a los embajadores de Estados Unidos y Francia; y a otras autoridades, como el presidente del Tribunal de Cuentas, Manuel Núñez.
Ante todos ellos Rajoy se remitió al momento en el que tenga encima de la mesa los datos definitivos del déficit público para decidir el grueso de los ajustes, pero ya adelantó unos cuantos. Desde luego más de los que se esperaba que anunciara en su investidura: no habrá oferta de empleo público salvo en el caso de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; se pasarán los festivos (salvo aquellos de "mayor arraigo social") a los lunes para eliminar los puentes; se recortarán los gastos de funcionamiento de la Administración; meterá la tijera a las subvenciones públicas; revisará el modelo de televisiones públicas, lo que abre la puerta a las privatizaciones; y suprimirá las prejubilaciones. En materia de impuestos, uno de los grandes enigmas, habló de "actuaciones urgentes" en el sistema fiscal, pero no concretó.
Se escuchó una larga ovación en el hemiciclo, la más prolongada de todo el discurso, cuando el futuro presidente aseguró: "Para mi Gobierno no habrá españoles buenos y malos. Habrá españoles, todos iguales, todos necesarios, todos dignos de respeto, todos capaces de ayudar en la tarea común". Porque si en algo insistió es en que sacar a España de la crisis debe ser una labor de todos, partidos y ciudadanos.
"Soy muy consciente de que no me enfrento a un escenario de halagos y lisonjas, y además ya estoy muy acostumbrado a enfrentarme a ese tipo de escenarios", señaló al final, aludiendo a los momentos en los que su liderazgo interno zozobró. En ese punto Rajoy recogió sus papeles -escritos a ordenador y subrayados- y se encaminó al escaño de líder de la oposición, el que dejará de ocupar a partir de este martes. Las caras de satisfacción de sus diputados, que le aplaudían puestos en pie, daban idea de lo bien que habían ido las cosas. Aunque el mejor ejemplo se produjo unos metros más arriba, en la tribuna de invitados. Allí, Cospedal y Aguirre besaban cariñosamente y felicitaban a Elvira, que parecía respirar aliviada.
Más bien al contrario. Rajoy empleó ese tiempo para exponer el escenario actual: el paro, las previsiones "nada halagüeñas" para 2012 que auguran una nueva recesión, el déficit del 6% del PIB con el que el actual Ejecutivo ha pronosticado que España cierre el año -cifra que "puede verse superada", advirtió- y los 16.500 millones de euros que habrá que recortar el año próximo para cumplir con la Unión Europea.
Un diagnóstico en el que, según él, no había "no había ninguna voluntad de mirar atrás ni de pedir a nadie responsabilidades, que ya han sido sustanciadas en las urnas", afirmó, dejando claro así que da por enterrada la etapa de José Luis Rodríguez Zapatero, al que sin embargo mencionó nada más ponerse delante del micrófono para expresarle su "respeto y consideración".
Hubo un punto de inflexión
El punto de inflexión se produjo cuando Rajoy anunció que cumplirá uno de sus grandes compromisos electorales: descongelar las pensiones. Los socialistas creyeron ver el cielo abierto cuando, a renglón seguido, añadió que ése sería "el único compromiso que me van a escuchar en el día de hoy". Por un momento el principal partido de la oposición se frotó las manos, creyendo que les había servido en bandeja el argumento de la indeterminación. Pero, con una media sonrisa, el presidente electo matizó: "El único compromiso de aumento de gasto", haciendo énfasis en estas últimas tres palabras.
Desde la tribuna de invitados le escuchaba en primera fila su mujer, Elvira Fernández. Sentada a su derecha, María Dolores de Cospedal. A su izquierda, Esperanza Aguirre. El poder territorial del PP también estuvo representado por los presidentes de la Comunidad Valenciana, Aragón y Extremadura, Alberto Fabra, Luisa Fernanda Rudi y José Antonio Monago, respectivamente. Entre el público también pudo verse al presidente y el vicepresidente del Senado, Pío García Escudero y Juan José Lucas; a los embajadores de Estados Unidos y Francia; y a otras autoridades, como el presidente del Tribunal de Cuentas, Manuel Núñez.
Ante todos ellos Rajoy se remitió al momento en el que tenga encima de la mesa los datos definitivos del déficit público para decidir el grueso de los ajustes, pero ya adelantó unos cuantos. Desde luego más de los que se esperaba que anunciara en su investidura: no habrá oferta de empleo público salvo en el caso de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado; se pasarán los festivos (salvo aquellos de "mayor arraigo social") a los lunes para eliminar los puentes; se recortarán los gastos de funcionamiento de la Administración; meterá la tijera a las subvenciones públicas; revisará el modelo de televisiones públicas, lo que abre la puerta a las privatizaciones; y suprimirá las prejubilaciones. En materia de impuestos, uno de los grandes enigmas, habló de "actuaciones urgentes" en el sistema fiscal, pero no concretó.
Se escuchó una larga ovación en el hemiciclo, la más prolongada de todo el discurso, cuando el futuro presidente aseguró: "Para mi Gobierno no habrá españoles buenos y malos. Habrá españoles, todos iguales, todos necesarios, todos dignos de respeto, todos capaces de ayudar en la tarea común". Porque si en algo insistió es en que sacar a España de la crisis debe ser una labor de todos, partidos y ciudadanos.
"Soy muy consciente de que no me enfrento a un escenario de halagos y lisonjas, y además ya estoy muy acostumbrado a enfrentarme a ese tipo de escenarios", señaló al final, aludiendo a los momentos en los que su liderazgo interno zozobró. En ese punto Rajoy recogió sus papeles -escritos a ordenador y subrayados- y se encaminó al escaño de líder de la oposición, el que dejará de ocupar a partir de este martes. Las caras de satisfacción de sus diputados, que le aplaudían puestos en pie, daban idea de lo bien que habían ido las cosas. Aunque el mejor ejemplo se produjo unos metros más arriba, en la tribuna de invitados. Allí, Cospedal y Aguirre besaban cariñosamente y felicitaban a Elvira, que parecía respirar aliviada.
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